Bajo el "ropaje" que se ponen delante de tí, de sus compañeros, de la sociedad, hay un Alma que espera ser nutrida por la Luz que tú representas, por eso llegan hasta tí.
Nunca hables de ellos como lo haces de los comestibles en el mercado, o de los trajes en las tiendas... "ese es fino.... este es bueno.... este es ordinario.... el hombre es UNO. Si tú aún no has llegado a descubrirlo, es porque catalogas simples y perecederas formas, pero no te remontas a la escencia.
Cuando decimos "no sirve", cuando expresamos que "carece de cualidades", queremos, en realidad, significar: "Yo no soy lo suficienemente apto como para descubrir las riquezas de ese ser..."
¿Tenemos derecho, acaso, de romper, con la maza de nuestra ignorancia, los arcanos sellos del alma de esa criatura que proviene de lejos, trás mucho caminado y, como puede, se acerca a nosotros en busca de conocimiento?
Te sorprenderán abriéndose en virtudes que tú juzgabas imposibles que fuesen poseídas por ese ser. El que parecía egoísta, dará muestras de acabado inegoísmo, el torpe, tendrá genialidad, el sensual y mundano se derivará hacia la mística; el débil podrá dirigir como jefe, el cobarde efectuará obras heroicas.... ¿Dònde quedarán entonces, Maestro, las viejas opiniones y el errado catalogar? Actúa como la Naturaleza, que a todas sus criaturas dà la misma posibilidad para que se manifiesten. No mezquina su arroyo el agua al pez, ni exige a los animales de tierra que moren en ella. Pon el agua de tu conocimiento a disposición de todos. Ya verás como, según su naturaleza, ellos irán asimilándola.
Si acaso sorprendieras a alguno de tus discípulos haciendo burla de lo que enseñas, ten la suficiente sabiduría como para no molestarte por ello. La abeja extrae el néctar de la flor; pero la mosca amarilla la usa como depòsito de sus excrementos.
Más allá de ambos usos accidentales, la flor conserva su propia naturaleza. Ni una la eleva ni la rebaja a la otra.
Sin embargo, si eres realmente Maestro, enseñarás a todos ser como la abeja; ese es tu trabajo. Tú no puedes recibir nada de tus discípulos; ni alabanzas ni vituperios. No importa lo que te den, importa lo que tú les Dés.
Un discípulo necesita, sobre todas las cosas, la paciencia de su Maestro. La paciencia es una fasceta del Amor. La Paciencaia otorga... espera. Se une al tiempo en su acción; no lo violenta, no le exige maduraciones rápidas, espontáneas casi, para las almas de quienes educa.
Marcha con los pasos de la Vida... y aguarda serenamente. Nunca te desilusionen sus caídas, nunca te turben sus fracasos, están aprendiendo. Equivocarse, "salirse de las normas", incluso repelerlas, y hasta criticarlas, es una manera, como tantas, de aprender. El hombre llega a la Sabiduría a través del laberinto del error. Así no debe extrañarte hallarlos en falta..
Tu discípulo te necesita solo para que cures su imperfección. Son tuyos sus defectos, sus ignorancias. Si todos los hombres nacieran con fuerte salud física ¿se precisaría de los médicos? Si los hombres pudieran, desde siempre, sostenerse en el Sendero de la Virtud, ¿Qué harías tú Maestro, en el mundo? Evita cuidadosamente el "Hechizo" de los "buenos alumnos",; porque los "Buenos", no son tu trabajo. Tú plantas en la carencia, tú sienbras donde hay ausencia de semilla.
Cuando más remisa es un Alma a la Virtud, tanto más tuya será, Maestro. Pesado es tu trabajo, y has de verte con toda clase de negrura, pués es el que marcha errado es el que te pertenece, no aquél resplandesciente de dones hacia el cuál tu corazón te inclina. Bendice al último, pero no pierdas tiempo con él, pués tu responsabilidad es el primero.
Nos agradan los "espíritus hechos", los que resplandecen de por sí, y a los cuales un mínimo y para nada fatigoso toquecillo de Maestro, vuelve insuperables... ¿Con qué orgullo se dice entonces, al verlo destacarse sobre los demás: "ese estuvo en mis Cátedras..., ese fue alumno mío" .
Es latrocinio, es hurto moral, nos apropiamos de algo que, sabemos en el fondo no fue obra nuestra, lucimos un falso regocijo.
Dá tu Amor al débil, vé con tu afecto inmaculado detrás del que se equivoca; húndete, incluso, en el corazón del que te rechaza y rechaza en tí la senda de un Bien que no comprende. Ese y no otro, ése y solo ése, es tu discúpulo.
Es tu discípulo el más ciego, el más torpe, el más violento, no halla la puerta de la Verdad y así, en la Casa del miedo contra todo se golpea...
"ese discípulo carece de cualidades..."
Reflexiones sobre el Arte de Enseñar
Ada Albrecht
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