viernes, 18 de enero de 2013
**Un científico y su Experiencia Cercana a la Muerte...
Introducción: La
famosa revista Newsweek sorprendia a muchos en su edición de Octubre
2012 con una portada y un titular impactante:
"El cielo es real - La
experiencia de un Doctor
en el más allá".
La
revista publica un artículo escrito por un prestigioso neurocirujano
estadounidense que luego de haber vivido una Experiencia Cercana a la
Muerte (ECM), asegura haber visto y viajado al más allá.
Presentamos a continuación la traducción completa de la nota de Newsweek.
Como neurocirujano, yo no creía en el fenómeno de las experiencias
cercanas a la muerte. Hijo de un neurocirujano, crecí en un mundo
científico. He seguido el camino de mi padre y me convertí en un
neurocirujano académico, enseñando en Harvard Medical School y otras
universidades.
Entiendo
lo que ocurre en el cerebro cuando las personas están a punto de morir,
y siempre había creído que había una buena explicación científica
para los viajes celestiales fuera del cuerpo, descritos por aquellos que
escapaban a la muerte por poco. El cerebro es un mecanismo
sorprendentemente sofisticado pero extremadamente delicado.
Si
se reduce la cantidad de oxígeno que recibe, así sea la cantidad más
pequeña, este reaccionará. No era una gran sorpresa que las personas que
habían sufrido un traumatismo grave regresaran de sus experiencias con
historias extrañas. Pero eso no significaba que habían viajado a algún
lugar real. Aunque me consideraba un creyente cristiano, era más de
título que de creencia real. No me molestaban los que querían creer que
Jesús era más que simplemente un buen hombre que había sufrido a manos
del mundo. Simpatizaba profundamente con aquellos que querían creer que
había un Dios en alguna parte ahí fuera que nos amaba
incondicionalmente.
De
hecho, envidiaba a esas personas la seguridad que esas creencias sin
duda les proporcionaban. Pero como científico, simplemente creía que
era incorrecto creer en eso. En el otoño de 2008, sin embargo, después
de siete días en un estado de coma en el que se inactivó la parte
humana de mi cerebro, el neocortex, experimenté algo tan profundo que me
dio una razón científica para creer en la conciencia después de la
muerte. Se cómo pronunciamientos como el mio les suenan a los
escepticos, así que voy a contar mi historia con la lógica y el
lenguaje del científico que soy. Muy temprano por la mañana, hace
cuatro años, me desperté con un dolor de cabeza muy intenso.
En
cuestión de horas, mi corteza entera - toda la parte del cerebro que
controla el pensamiento y la emoción, y que en esencia que nos hace
humanos - se había apagado.
Los
médicos del Hospital General de Lynchburg en Virginia, un hospital
donde yo mismo trabajaba como neurocirujano, determinaron que de alguna
manera había contraído una meningitis bacteriana muy poco frecuente que
ataca sobre todo a los recién nacidos. Bacterias de e. coli habían
penetrado en mi líquido cefalorraquídeo y estaban comiendo mi cerebro.
Cuando entré en la sala de emergencias aquella mañana, mis posibilidades
de supervivencia en algo más que un estado vegetativo ya eran bajas.
Pronto estas posibilidades cayeron a casi nulas. Durante siete días
estuve en un coma profundo, mi cuerpo sin respuestas, mis funciones
cerebrales superiores totalmente fuera de línea. Luego, en la mañana de
mi séptimo día en el hospital, mientras mis médicos consideraban si se
suspendía el tratamiento, mis ojos se abrieron de golpe. No hay una
explicación científica para el hecho de que mientras mi cuerpo estaba
en estado de coma, mi mente - mi conciencia, mi yo interior - estaba
viva y bien. Mientras las neuronas de mi corteza cerebral fueron
aturdidas hasta su total inactividad por las bacterias que las habían
atacado, mi conciencia liberada del cerebro había viajado a una
diferente y mayor dimensión del universo: una dimensión que nunca había
creído que podía existir, y que mi viejo yo previo al coma hubiera
estado mas que feliz explicando que se trataba de una simple
imposibilidad. Pero esa dimensión, a grandes rasgos, la misma que
describen incontables personas que han vivido experiencias cercanas a la
muerte u otros estados místicos, está allí. Existe, y lo que vi y
aprendí allí me ha puesto literalmente en un mundo nuevo: un mundo en
el que somos mucho más que nuestros cerebros y cuerpos, y donde la
muerte no es el final de la conciencia, sino más bien un capítulo de un
vasto e incalculablemente positivo viaje. No soy la primera persona en
tener evidencia de que la conciencia existe más allá del cuerpo. Breves y
maravillosos destellos de este reino son tan antiguos como la historia
humana. Pero hasta donde yo se, nadie antes que yo haya viajado alguna
vez a esta dimensión mientras su corteza estaba completamente apagada,
y mientras que su cuerpo estaba bajo observación médica al minuto, como
lo estuvo mi cuerpo durante los siete días completos de mi estado de
coma. Todos los argumentos principales en contra de las experiencias
cercanas a la muerte sugieren que estas experiencias son el resultado de
un mínimo, transitorio, o parcial mal funcionamiento de la corteza cerebral.
Sin
embargo, mi experiencia cercana a la muerte no tuvo lugar mientras mi
corteza estaba funcionando mal, sino mientras estaba simplemente
apagada.
Esto
se desprende claramente de la gravedad y la duración de mi meningitis, y
de la complicación cortical global documentada por los escaneos TC y
exámenes neurológicos. Según el conocimiento médico actual sobre el
cerebro y la mente, no hay absolutamente ninguna manera de que yo
pudiera haber experimentado ni siquiera una conciencia débil y limitada
durante mi tiempo en el estado de coma, y mucho menos la odisea hiper
vívida y completamente coherente que experimenté. Me tomó meses aceptar
lo que me pasó. No solo la imposibilidad médica de que había estado
consciente durante mi coma, pero más importante aún, las cosas que
sucedieron durante ese tiempo.
Hacia
el comienzo de mi aventura, yo estaba en un lugar de nubes. Grandes,
esponjosas, de color rosa-blanco, que se presentaron nítidamente en
contraste con el profundo cielo negro-azul. Más alto que las nubes,
inconmensurablemente más alto, una multitud de seres transparentes y
brillantes se movÃan trazando arcos por el cielo, dejando largos trazos
como serpentinas detrás de ellos. ¿Pájaros? ¿Ángeles? Estas palabras
las registré más tarde, cuando estaba escribiendo mis recuerdos. Pero
ninguna de estas palabras hace justicia a estos seres, que eran,
sencillamente, diferentes a todo lo que he conocido en este planeta.
Eran más avanzados. Formas superiores. Un sonido, enorme y retumbante
como un canto glorioso, descendió desde lo alto, y me pregunté si los
seres alados lo estaban produciendo.
Nuevamente,
pensando en ello más tarde, se me ocurrió que la alegría de estas
criaturas mientras volaban alto era tal, que tenían que emitir este
sonido, y que si la alegría no salía de ellos de esta manera entonces
simplemente no serían capaces de contenerla.
El
sonido era palpable y casi material, como una lluvia que se puede
sentir en tu piel, pero que no te moja. Ver y escuchar no estaban
separados en este lugar donde ahora estaba.
Podía
escuchar la belleza visual de los cuerpos plateados de esos seres
brillantes que estaban arriba, y pude ver la perfección creciente,
alegre de lo que cantaban. Parecía que no se podía ver o escuchar
ninguna cosa en este mundo sin volverse parte de ella, sin unirse con
ello de alguna forma misteriosa.
Una
vez mas, desde mi perspectiva presente, me permito sugerir que no se
podrÃa mirar “haciaâ€� nada en ese mundo en absoluto, porque la
palabra "hacia" en sà misma implica una separación que allà no
existÃa. Cada cosa era distinta, pero cada cosa era también una parte
de todo lo demás, al igual que los diseños ricos y entremezclados en
una alfombra persa ... o en el ala de una mariposa. Se vuelve más
extraño aún. Durante la mayor parte de mi viaje, alguien más estaba
conmigo. Una mujer. Ella era joven, y me acuerdo de cómo era en detalle.
Tenía los pómulos altos y ojos profundamente azules. Trenzas doradas
enmarcaban su hermoso rostro. La primera vez que la vi, estabamos juntos
cabalgando sobre una superficie con un intrincado patrón, que después
de un momento me di cuenta que era el ala de una mariposa.
De
hecho, millones de mariposas estaban alrededor de nosotros, enormes y
agitadas olas de ellas, que se zambullían en un bosque y volvían de
nuevo a nuestro alrededor.
Era un río de vida y color, moviéndose a través del aire.
La
vestimenta de la mujer era simple, como la de un campesino, pero sus
colores en polvo azul, índigo y pastel de naranja-durazno tenían la
misma abrumadora y super vívida vitalidad que todo lo demás.
Ella
me miró con una mirada que, si la vieras durante cinco segundos, haría
que tu vida entera hasta ese punto valiera la pena, sin importar lo que
haya ocurrido en ella hasta ahora.
No
era una mirada romántica. No era una mirada de amistad. Era una mirada
que de alguna manera estaba más allá de todo esto, más allá de todos los
diferentes tipos de amor que tenemos aquí en la tierra. Era algo
superior, que contenía todos estos tipos de amor en si mismo, mientras
al mismo tiempo era mucho mayor que todos ellos. Sin pronunciar una sola
palabra, ella me habló. El mensaje me atravesó como un viento, y al
instante comprendí que era cierto.
Lo
supe de la misma manera en que supe que el mundo que nos rodeaba era
real, no era una fantasía pasajera e insustancial. El mensaje tenía
tres partes, y si tuviera que traducirlas al lenguaje terrenal, sería
algo como esto: "Ustedes son amados y apreciados, muchísimo y para
siempre." "No tienes nada que temer." "No hay nada que puedas hacer
mal." El mensaje me inundó con una inmensa y loca sensación de alivio.
Era como si me hubieran entregado las reglas de un juego al que había
estado jugando toda mi vida sin nunca haberlo comprendido plenamente.
"Te vamos a mostrar muchas cosas aquí", dijo la mujer, una vez más, sin
llegar a utilizar estas palabras, sino transmitiéndome directamente su
esencia conceptual.
"Pero
eventualmente vas a regresar". Para ello, solo tenía una pregunta.
¿Regresar a dónde? Un viento cálido soplaba, como los que surgen en los
días más perfectos de verano, sacudiendo las hojas de los Ãrboles y
fluyendo como agua celestial.
Una
brisa divina. Esto cambió todo, transformando el mundo a mi alrededor
en una octava incluso más alta, una vibración más alta. A pesar de que
aun tenía una pequeña función del lenguaje, al menos la idea que
tenemos en la Tierra, sin decir palabras comencé a formular preguntas a
este viento, y al ser divino que sentía que trabajaba detrás de mí o
dentro de mí. ¿Dónde está este lugar? ¿Quien soy yo? ¿Por qué estoy
aquí? Cada vez que expresé silenciosamente una de estas preguntas, la
respuestas llegaron inmediatamente, en una explosión de luz, color, amor
y belleza que soplaba a través de mí como una ola rompiendo.
Lo más importante de estas explosiones es que no callaban mis preguntas abrumándolas.
Respondían
a las preguntas, pero de una forma que pasaba el lenguaje por alto. Los
pensamientos me entraban directamente. Pero no era pensamiento como lo
experimentamos en la Tierra. No era vago, inmaterial o abstracto.
Estos
pensamientos eran sólidos e inmediatos, más calientes que el fuego y
más húmedos que el agua, y mientras los recibía era capaz de comprender
al instante y sin esfuerzo conceptos que me habría llevado años
comprender plenamente en mi vida terrenal. Seguí avanzando y me encontré
ingresando en un inmenso vacío, completamente oscuro, infinito en
tamaño, pero también infinitamente reconfortante.
Era
profundamente negro pero a la vez rebosante de luz: una luz que
parecía venir de un orbe brillante que ahora sentía más cerca de mí.
El orbe era una especie de intérprete entre mí y esta vasta presencia que me rodeaba.
Era
como si yo estuviera naciendo a un mundo más grande, y el propio
universo era como un útero cósmico gigante y el orbe (que sentí estaba
conectado de alguna manera con, o incluso era idéntico a la mujer sobre
el ala de la mariposa) fue guiándome a través de él. Más tarde, cuando
volví, me encontré con una cita del Siglo XVII, del poeta cristiano
Henry Vaughan, que estuvo muy cerca de describir este lugar mágico, este
núcleo vasto y negro como tinta, que era el hogar de la misma
Divinidad. "Hay, dicen algunos, en Dios, una oscuridad profunda pero
deslumbrante" Eso era exactamente: una negra oscuridad que también
estaba rebosante de luz. Sé muy bien cuan extraordinario, cuan
francamente increíble, todo esto suena.
Si
alguien, incluso un médico, me hubiera contado una historia como ésta
en los viejos tiempos, hubiera estado bastante seguro de que estaba bajo
el hechizo de algún delirio.
Pero lo que me pasó fue, lejos de ser delirante, tan real o más real que cualquier otro acontecimiento en mi vida.
Eso
incluye el día de mi boda y el nacimiento de mis dos hijos. Lo que me
pasó exige una explicación. La física moderna nos dice que el universo
es una unidad que es indivisible. Aunque parece que vivimos en un mundo
de separación y diferencia, la física nos dice que debajo de la
superficie, cada objeto y acontecimiento en el universo está
completamente entretejido con todos los demás objetos y eventos. No hay
verdadera separación. Antes de mi experiencia de estas ideas eran
abstracciones. Hoy son realidades. El universo no solo está definido por
la unidad, sino también, ahora lo se, definido por el amor. El universo
como lo experimenté en mi estado de coma es - he descubierto con
sorpresa y alegría- el mismo sobre el cual tanto Einstein y Jesús
habían hablado en sus (muy) diferentes maneras. He pasado décadas como
neurocirujano en algunas de las instituciones médicas más prestigiosas
de nuestro país. Se que muchos de mis compañeros se aferran, como yo en
el pasado, a la teoría de que el cerebro, y en particular la corteza,
genera la conciencia y de que vivimos en un universo desprovisto de
cualquier tipo de emoción, y mucho menos del amor incondicional que
ahora se que Dios y el universo tienen hacia nosotros.
Pero esa creencia, esa teoría, ahora yace rota a nuestros pies.
Lo
que me pasó la destruyó, y tengo la intencion de pasar el resto de mi
vida investigando la verdadera naturaleza de la conciencia y difundiendo
el hecho de que somos más, mucho mas, que nuestro cerebro físico, lo
más claro que pueda, tanto hacia mis colegas científicos como hacia la
gente en general. No espero que esto sea una tarea fácil, por las
razones que he descrito anteriormente. Cuando el castillo de una vieja
teoría científica comienza a mostrar líneas de falla, al principio nadie
quiere prestar atención.
En
primer lugar, el antiguo castillo simplemente ha tomado mucho trabajo
para ser construido, y si se cae, uno completamente nuevo tendrá que ser
construido en su lugar. Esto lo aprendí de primera mano después de que
estuve lo suficientemente bien como para volver a salir al mundo y
hablar con otras personas -personas, es decir, que no sean mi sufrida
esposa, Holley, y nuestros dos hijos-, acerca de lo que me había pasado.
Las miradas de incredulidad , especialmente entre mis amigos medicos,
pronto me hicieron ver la gran tarea que tendria para que la gente
comprendiera la enormidad de lo que habia visto y experimentado esa
semana mientras mi cerebro estaba apagado. Uno de los pocos lugares en
los que no tuve problemas para transmitir mi historia era un lugar que
antes de mi experiencia había visto bastante poco: la iglesia.
La
primera vez que entre en una iglesia después de mi coma, veía todo con
ojos nuevos. Los colores de los vitrales me recordaron la luminosa
belleza de los paisajes que había visto en el mundo de arriba.
Las
notas bajas profundas del órgano me recordaron como los pensamientos y
emociones en ese mundo son como olas que se mueven a través de ti.
Y,
lo más importante, una pintura de Jesús partiendo el pan con sus
discípulos evocó el mensaje que permanece en el corazón mismo de mi
viaje: que somos amados y aceptados incondicionalmente por un Dios aun
más grande e insondablemente glorioso que el que me habÃían enseñado en
la escuela dominical. Hoy en día muchos creen que las verdades
espirituales vivas de la religión han perdido su poder, y que la
ciencia, no la fe, es el camino a la verdad. Antes de mi experiencia
tenía una fuerte sospecha de que ese era el caso para mí. Pero ahora
entiendo que esta opinión es demasiado simple. El hecho cierto es que la
imagen materialista del cuerpo y el cerebro como los productores, en
lugar de los vehículos, de la conciencia humana, esta condenada.
En
su lugar, una nueva visión de la mente y el cuerpo va a surgir, y de
hecho ya está emergiendo. Este punto de vista es científico y espiritual
en igual medida y valorará lo que los mas grandes cientificos de la
historia siempre se han valorado por sobre todo: la verdad. Esta nueva
imagen de la realidad tomará mucho tiempo en armarse. No va a estar
terminada en mi tiempo, o incluso, sospecho, tampoco en el tiempo de mis
hijos. De hecho, la realidad es demasiado vasta, demasiado compleja y
demasiado irreductiblemente misteriosa para que una imagen de ella
alguna vez llegue a estar absolutamente completa.
Pero,
en esencia, esta imagen mostrara al universo en evolución,
multidimensional, y conocido en detalle hasta cada uno de sus últimos
átomos por un Dios que nos cuida mucho más profunda y apasionadamente
que cualquier padre que alguna vez haya amado a su hijo. Aun sigo siendo
un doctor, y aun sigo siendo un hombre de ciencia, casi exactamente
igual a como era antes de que tuviera mi experiencia. Pero en un nivel
más profundo soy muy diferente a la persona que era antes, porque he
podido vislumbrar esta imagen de la realidad que está surgiendo. Y
puedes creerme cuando te digo que va a valer la pena cada pequeño paso
de la labor que nos llevará, y a los que vienen después de nosotros,
para llegar a comprenderla bien. Dr. Eben Alexander,
The Daily Beast, 08 de Octubre 2012 Fuente original: http://www.thedailybeast.com/newsweek/2012/10/07/proof-of-heaven-a-...
Traducción: Sebastián Alberoni
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