Nadie tiene más poder para negarnos cosas que nosotros mismos.
El temor a no conseguir lo que deseamos mina, poco a poco, la seguridad de nuestro ego, limitando cada vez en mayor grado nuestras acciones.
Vamos situándonos más en lo que no podemos conseguir que en lo contrario.
Crece en nosotros la víctima, con los miedos la vamos engordando; e inunda nuestra personalidad, haciéndonos creer que las circunstancias y los demás son los culpables de nuestra infelicidad, todo antes que aceptar nuestra propia responsabilidad.
La otra alternativa que nos presenta el victimismo es la de sentirnos culpables.
Tanto en un caso, como en el otro, quedamos atrapados en la cárcel más antigua: la de la culpa. En ella nosotros somos a la vez el preso y el carcelero. ¡Curiosa paradoja!
Carlos González Pérez – “Veintitrés Maestros, de Corazón”
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